Resulta curioso que las personas exaltemos nuestros sentimientos hasta convertirlos en ocasiones en la mejor guía a nuestras acciones y sin embargo con frecuencia huyamos de ellos haciéndonos insensibles por elección. Nos hacemos así porque nos es duro asumir las cosas tal y como son, o simplemente necesitamos huir de ciertas cosas porque vivir siendo constantemente consciente de ellas no nos dejaría desarrollarnos plenamente en muchos aspectos (aspectos emotivos, sociales, personales, etc..). La mayoría del tiempo sabemos que esa percepción es falsa, pero aún así preferimos evadirnos. Nos permitimos pequeños momentos en los que dejamos aflorar descontroladamente lo que sentimos, pero solo cuando las circunstancias nos hacen más débiles o especialmente vulnerables. Pero rápidamente, ponemos distancia, recargamos nuestro egocentrismo y seguimos adelante convenciendonos de que ir adelante es lo más valiente, cuando, quizás, reflexionar sobre lo que somos y hacemos, sobre aquello que realmente sentimos, sería un acto seguro, de mayor valentía. Una vez llegado este punto encontrar el camino de vuelta no es fácil, se necesita mantener una mente fuerte y sana para no perder el norte.. Uno se acostumbra a ser ajeno a todo, y deja de apreciar la vida, te acostumbras a ver las cosas llegar y irse, y conviertes esa insensibilidad en tu estado normal. Con el tiempo, te olvidas de por qué apreciabas las cosas, tanto que dejarás de apreciar muchas de ellas, cruzando la línea que nos transforma de ignorantes por elección a verdaderos ignorantes. Negándote a ti mismo esta capacidad de elegir, llenas tu vida de verdades inventadas, cosas que deberían ser superfluas.
La realidad no es donde nos gusta vivir, ni donde pasamos la mayor parte del tiempo pero es algo que nunca nadie debería olvidar. Las cosas reales nunca van a desaparecer de repente, aparecerán una y otra vez en nuestra vida. Nos golpearán una y otra vez entre sueño y sueño. Así que, si lo piensas bien, no es una opción que puedas tomar o no, ni algo de lo que puedas escapar. Asumir la realidad es difícil, siempre en ella hay cosas duras, dolorosas, incluso traumáticas, la vida es traumática, la muerte lo es, perder a los que amamos, aceptar que todo lo que somos acaba (por eso casi nunca nos gusta). Sin embargo, en el fondo sabemos que debemos hacerlo, que todo eso que nos causa dolor, nos mantiene atados a la realidad, que da sentido a lo que somos, y a lo que hacemos, y cuando te despiertas a la realidad sin esperarlo, es gratificante para el espíritu sentir que nunca olvidaste donde estabas. Lo real casi todo el tiempo tiene gusto amargo, no lo controlamos, no lo queremos.. no podemos cambiarlo.. pero las cosas dulces solo se aprecian si se conoce el amargo. Lo doloroso no nos gusta, pero nos conecta con nuestra parte más auténtica; el dolor nos hace sentirnos más reales, menos etéreos, encontrarnos con nuestra verdadera naturaleza y sin esa parte de nosotros mismos, de nuestra existencia, ninguna persona puede sentirse completa. No es una alternativa, es una obligación, va incluido en este paquete que llamamos vida, las cosas son como son y no van a cambiar por que nos escondamos. Y sí, este autoconocimiento podría parecer un castigo, pero creo que al crecer como persona te das cuenta que también puede ser un regalo, poder ver tu vida con la perspectiva de saber de donde viniste, quien eres, que importa de verdad, y a donde vas.
A veces uno trasnocha en la cama porque tiene miedo a dormir y despertar al día siguiente y que algo, haya cambiado irremediablemente en tu vida para siempre. Es como si mientras estuvieras despierto pudieses conservar el estatus del día que se va, pero una vez que te duermes, no supieses cómo puede cambiar tu vida al día siguiente. Esos días en los que tememos perder aquello que amamos son los únicos en los que nos conocemos a nosotros mismos, en que nos sentimos realmente vivos. Es humano tener miedo.